Ir hacia tu casa, dejándote acariciar por la agradable brisa, sin pensar ya en nada, con esa felicidad y esa tranquilidad que en ocasiones te arrollan y te hacen sentir bien, en el centro de todo, sin envidias, celos o preocupaciones, sin saber de dónde procede esa especie de equilibrio cuya perfección te hace temer hasta el mero hecho de pronunciarlo.
Te sorprende hasta qué punto puede ser rara y difícil esa delicadísima y mágica armonía en la que tu mundo parece sonar de repente de la manera adecuada.
Son instantes.
Instantes que deberían vivirse en profundidad porque son inusuales.
Y porque en ocasiones pueden concluir de repente sin que haya un auténtico motivo.
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