Y allí volvía a amanecer, en aquella gran ciudad. El gélido viento de un invierno próximo mecía las finas cortinas anaranjadas, yo dejaba acariciar mi piel desnuda que parecía no darse cuenta que afuera comenzaba a nevar. Empezaban a borrarse mis pisadas en aquel manto blanco, ni un simple rastro de que yo volví a tus brazos, desesperada por la angustia de no tenerte en mi cama. Ni siquiera pierdo el tiempo parándome a pensar en cuantas noches he sentido la necesidad de que me abrazases, que te quedaras ahí, quieto, sin decir nada, sin ni siquiera respirar, sentir la necesidad de saber que me querías realmente. Ahora, gastadas ya todas las palabras de amor necesarias para engatusarme, aquellas falsas promesas de amor eterno, perdidas las ganas de volver a sentirte, nace el alba de nuevo y con él vuelvo a encontrarme.
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